Mi hija tiene 6 años. Es una niña muy soñadora. Es tan soñadora que cuando le hablas, no te oye. Está siempre en otro mundo.
Mi marido se pone negro porque no atiende. Parece que está desconectada de su entorno. Y así es.
Me encanta tener conversaciones con ella de la vida. Su punto de vista es tan diferente al de un adulto, que cuando charlamos, recuerdo qué sentía cuando era pequeña.
El otro día le dije que no dejara nunca de soñar. Que me encantaba verla soñar despierta. Que recordara esto cuando fuera mayor. Le expliqué que cuando te haces mayor, el día a día te lleva a dejar de soñar y yo no quería que a ella le pasara eso.
- Gala, tienes que soñar siempre.
Cuando estaba explicándole todo esto, algo dentro mío hizo CLICK. Me di cuenta que yo había dejado de soñar y eso me hizo sentir una especie de nostalgia y tristeza a esa parte de mi infancia que había olvidado.
Era una niña muy soñadora. Tenía un mundo interior muy grande. Estaba todo día soñando despierta. Desconectada de lo que pasaba a mi alrededor. Me imaginaba cosas que me encantaría que me pasaran y cuando entré en la adolescencia continuaba soñando pero lo hacía con música. La música recuerdo que elevaba mi emoción y soñaba muy fuerte.
Recuerdo irme a dormir con mi Walkman, ponerme música y soñar.
Me pregunté a mi misma cómo volver a poner en práctica todo eso. Me encantaba desconectarme de la realidad y conectar con aquello que quería.
Nunca se lo he contado a mis padres, pero estuve mucho tiempo soñando con una casa. En los 90, vivíamos en Barcelona en un piso del barrio de la La Salut. He sido una de esas privilegiadas que cruzaban el parque Güell para ir al colegio, en la época en la que sólo llegaban grupos contados de japoneses y el parque, era de los abuelos del barrio que jugaban a la petanca y de los vecinos de alrededor.
Mis padres llevaban tiempo con la idea de irse a vivir por la zona de Sant Cugat. Estaban buscando una casa. Ese era el objetivo. Muchos fines de semana cogíamos el coche y nos íbamos a mirar casas. Me encantaba.
Hasta que encontraron unas adosadas en Valldoreix de las que se enamoraron. Todos teníamos el sentimiento que ahí viviríamos, pero la pasta no llegada.
Así que tenía tanta emoción por vivir ahí, que recuerdo cada día soñar mi vida en aquella casa. Recuerdo también pedirle a mi ángel de la guarda que nos ayudara a conseguirla. Lo recuerdo perfectamente. La emoción y el deseo, unida al pensamiento.
Mis padres se enteraron que iban a construir una segunda promoción y una negociación milagrosa cerró la venta de una de ellas. Mi sueño de vivir en una casa se hizo realidad.
Me ha pasado con muchas cosas que he soñado muy fuerte. Mi perro Max fue una de ellas, el cambio de vida a una con más libertad, etc, etc….
Todo este rollo para deciros, que nunca dejéis de soñar. Soñar cuando vayáis al trabajo. Encontrar esos momentos en soledad para hacerlo. Es algo tan bonito cuando somos niños, que nos olvidamos al meternos en la rueda de hámster. Perdemos esa magia.
Soñar es algo precioso. Es una de nuestras grandes cualidades.
Soñar con aquello que os haga ilusión. Jugad con vuestra creatividad y con el tiempo, veréis como la magia llega.
No olvidemos que llevamos dentro, la semilla creadora del universo.
Somos el universo.
Otra vez gracias por leerme y nos vemos el próximo lunes,
Bianca
Como todo en la vida, (aunque a veces no lo parezca), esta reflexión llega en el momento adecuado ✨ GRACIAS